lunes, 13 de septiembre de 2010

Café Silverio (1875). Actualización

Actualizamos nuestra entrada del 9-VIII-2010 con una traducción del texto de Apeles Mestres, cortesía de José Manuel Colubi. Nuestro agradecimiento a don José Manuel y a José Luis Navarro, por las gestiones.


En una de sus Cartas de viatje sobre Sevilla, aparecida en la revista catalana de literatura, ciencias y artes La Renaxensa del 15-VII-1875, Apeles Mestres nos transporta al Café Silverio, con su techo ahumado, sus cañas de manzanilla, sus bailaoras y los ayes de los cantaores ...más largos que una cuaresma.

Apuntamos una frase del Silverio de 1875, quien amablemente conversó con nuestro visitante:



«Yo só com en Tamberlick; el mérit ya s’en ha anat, no mès ’ns quèda la fama…»



«Yo soy como don Tamberlick; el mérito ya se ha ido, solo nos queda la fama…»




La Renaxensa, 15 de julio de 1875



...Y ya que se trata de ver a extranjeros entusiasmados, trasportémonos a un café cantante a ver baile flamenco; al Café de Silverio, por ejemplo. Bajo un techo ennegrecido por el humo os situáis entre majas adornadas con ramilletes de rosas y majos que con el sombrero inclinado hacia el pescuezo, las obsequian ofreciéndoles cañas. En un ángulo del salón, sobre un pequeño tablao y bajo un dosel de muchos colores, se sientan alineados los bailarines y cantaores. Antes que el baile, quiero explicaros las etiquetas que en semejantes lugares deben guardarse.
¿Qué vais a tomar? Naturalmente, manzanilla. Pedid, pues, lo menos que puede pedirse, media docena de cañas, que se sirven en una cañera; -ya sabéis todos que las cañas no son más que vasos estrechos y alargados. Antes de beber sería la peor grosería no ofrecerles a las majas que tenéis más cerca. Si aceptan la oferta—como es costumbre—probad el licor y entregarles la caña. Entonces, la maja tira la manzanilla al aire y la recoge con la caña sin que se pierda una gota, y aprovechando la espuma que hace el líquido revuelto, se lo bebe de un solo trago, dejando siempre algo así como medio dedo. Todas estas reglas de urbanidad y buen sentido es preciso aprenderlas o si no, haréis el triste papel de un pobre hombre puesto en sociedad. Por otra parte, las majas, y sobre todo los majos que están a tu alrededor os obsequian continuamente ofreciéndoos una caña tras otra. Como comprenderéis el número de cañas que vacía cada gaznate cada noche es desorbitado, pero la manzanilla difícilmente se sube a la cabeza.
De repente, se oye la guitarra, las manos y los pies repican encima del tablao. Se para en seco toda la algazara y la atención y las miradas se fijan unánimes en los actores. Al cabo de una hora de preludiar la guitarra, el Cantaor rompe con un ¡ay! más largo que una cuaresma; el guitarrista rasguea sin parar y finalmente comienza aquel canto monótono para los profanos, tan arrebatador para los diletantti, en el cual con cuatro versos o tres os entretienen un cuarto de hora; el cantaor tiene en mano un bastoncito con el que va marcando, en el suelo o en el listón de la silla, según lo requiere el caso; porque, si pensáis que es cosa de tomarlo a broma, os disuadiría la gravedad germánica del cantaor, tocaor, y de los que con palmas armonizadas convenientemente forman en cierto modo el coro, la rojez del primero que se desgañita aguantando la respiración todo el tiempo posible –esta es la gran cualidad de un buen cantaor— y finalmente la atención por nada interrumpida de los que escuchan. Al acabarse la estrofa, el auditorio rompe en golpes y ¡olés! estrepitosos y los bailarines se plantan de un salto en medio de las mesas. Luego, se bailan estos bailes que de solo verlos aturden y emborrachan. Imaginaros la tarántula, las bayaderas, las bacantes en las orgías celebradas en honor de Príapo. Solo así podréis comprender lo que tienen de delirante, de vertiginoso, de voluptuoso aquellos jaleos. Después del baile los bailarines quedan rendidos y jadeantes… Yo estaba aturdido. Me figuraba despertar de un sueño. –¡Esto nada! —me dice una maja que tenía a mi lado, refiriéndose a la bailarina— para bailar no se ha visto nada como la ****, pero un día bailando se le cayó una liga, era un trozo de cinta, y no ha vuelto a bailar más de avergonzada que está.
En un intermedio, el mismo Silverio, el más acreditado cantaor de Andalucía, vino a honrarnos a nuestra propia mesa, aceptándonos una cañita. Después de contarnos su larga carrera artística acabó diciendo: -Yo soy como don Tamberlick; el mérito ya se ha ido, solo nos queda la fama.
En estos lugares un borracho es una cosa extraordinaria, pero si hay alguno que promueva un escándalo es inmediatamente expulsado de la sala.
En la carta próxima, acabaré de hablar de Sevilla y nos llegaremos a visitar las ruinas de Itálica y el Monasterio de San Isidoro del Campo.


Que sepamos, sobre este primer local de Silverio sito en la calle Tarifa (antiguo Salón del Recreo) existen dos textos publicados en la misma década que el que nos ocupa: una despiadada descripción por Agustín Moyano aparecida en el Boletín Gaditano de junio de 1878 (1), y unos apuntes de Olivares de la Peña en El Mundo en la mano, también de 1878 (2).

Ciertas concordancias nos hacen sospechar que Olivares de la Peña se inspiró en el texto de Apeles Mestres.

Mestres: «Bajo un techo ennegrecido por el humo os situáis entre majas adornadas con ramilletes de rosas y majos que con el sombrero inclinado hacia el pescuezo, las obsequian ofreciéndoles cañas...»

Olivares de la Peña: « ...de espesa atmósfera y techo ahumado. Hallamos todas las mesas ocupadas por graciosas majas cubiertas de flores, y chulos que con el sombrero gacho sobre la nuca se esmeraban en obsequiarlas, ofreciéndolas con garboso gesto cañas de manzanilla...»

Mestres: « ...la rojez del primero que se desgañita aguantando la respiración todo el tiempo posible –esta es la gran cualidad de un buen cantaor-...»

Olivares de la Peña: « ...-que en respirar todo lo menos posible estriba la gracia del buen cantaor-, cárdeno el semblante...»



(1) vid. Gamboa: Una historia del flamenco, Espasa Calpe, 2005, pág. 306
(2) vid. José Luis Navarro: De Telethusa a La Macarrona. Bailes andaluces y flamencos, Portada Editorial, 2002, págs. 279 y 287


2 comentarios:

  1. ¡¡¡Interesantísimo!!!
    Acabo de descubrir unos de los blogs más extraordinarios que he visto, seguiré viendo, por supuesto y naturalmente seré una seguidora muy interesada en él.
    Saludos desde Gines.
    Mari Carmen.

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