viernes, 4 de junio de 2010

Trinidad Cuenca en Ciudad de México (actualización)



Actualizamos nuestra entrada del 9/12/2009, enriqueciéndola con la traducción completa del texto de Leavitt, cortesía de don José Luis Navarro -gracias, don José-, quien incluirá los contenidos del blog en la recopilación de datos de La Cuenca que lleva entre manos.

[julio 2010: celebramos la publicación de su interesante artículo en el segundo número de la Revista de Investigación sobre Flamenco La Madrugá: Algunas novedades en torno a la Cuenca].

José Luis Navarro es miembro de número de la cátedra de Flamencología y Estudios Folclóricos Andaluces, del Consejo Internacional de la Danza, del Consejo Asesor de la Bienal de Sevilla y de la Ciudad del Flamenco de Jerez. Asimismo, ha recibido el Premio Demófilo de Investigación, la Insignia de Oro de la Tertulia Flamenca de Enseñantes y el Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología.
En la actualidad, colabora en las revistas de flamenco Candil, El Olivo y La Flamenca y pertenece asimismo al consejo de redacción de Cauce y de Flamenco International Magazine. Entre sus publicaciones dedicadas al flamenco destacan 'Aproximación a una Didáctica del Flamenco', 'Cantes y Bailes de Granada', 'El ballet flamenco', 'Tradición y vanguardia. El baile de hoy, el baile de mañana', 'Flamenco en cafés y teatros. Noticias de prensa 1849-1936' y los cincos volúmenes de 'Historia del baile flamenco'.



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En su libro Fifty Years in Theatrical Management, (New York: Broadway Publishing, 1912), el empresario teatral Michael Bennett Leavitt (1843-19¿?) dedica unas páginas a los pormenores de su colaboración artística con Trinidad Cuenca en Ciudad de México, allá por finales de los 80 del siglo XIX. Apuntamos los años 1888-1889 (1) por las alusiones que encontramos en el texto a dos etapas de la vida de Trinidad que se producen poco antes y después de los hechos narrados: sus funciones en el Nouveau Cirque de París -que acontecieron en 1887, figurando a la cabeza de las bailaoras del espectáculo La Feria de Sevilla-, y su muerte en La Habana que José Luis Ortiz Nuevo ha documentado en 1890, según hemos leído en el blog Amigos del Cante.



Fifty Years in Theatrical Management, 1912




...Se me ocurrió que si pudiese encontrar una mujer torero, podría presentar en México una atracción verdaderamente sensacional. Mi agente en Francia recordaba que una intérprete de estas condiciones había tenido mucho éxito en el Nouveau Cirque de París y había regresado a Sevilla, donde él pensaba que estaba trabajando en un circo. Inmediatamente le envié en busca de la mujer, que se llamaba Trinidad Cuenca, y que además de sus hazañas con los toros, era una espléndida bailaora de tangos y probablemente la mejor guitarrista del mundo. Era también una gran intérprete de las canciones de Sevilla. Yo le encarecí a mi agente que la consiguiera a cualquier precio, y a los pocos días recibí noticias de que la había convencido y que llegaría a París con ella dos días después. Cuando mi torera y mi agente llegaron a la estación y pararon enfrente de mi hotel, el Chatham, me di cuenta de que en el coche había también un español de aspecto enorme y llamativo. Enseguida adiviné no solo la relación entre él y Cuenca, sino que me esperaban serios problemas. Acordamos, no obstante, que el español no iría a México y que solo había venido a París con su enamorada para ver que ella recibía un trato justo. Firmé un contrato con la torera y una de sus claras estipulaciones era que ella viajaría sola.
Pensando que era mejor que mis dos atracciones no estuviesen mucho tiempo juntas, dispuse que Mme. D’Escozas [una ilusionista que también había contratado para México] viajase por mar desde Havre a Veracruz y que Cuenca fuese a Nueva York, de tal forma que así pudiese echarle un ojo hasta que la transfiriese a México vía El Paso.
En el último momento, como me imaginaba, apareció el caballero español y su enamorada se negó a hacer el viaje sin él, así que, a la fuerza, él vino también, ocupando la pareja un camarote de 2ª clase. Cuando llegué a Nueva York, recibí un telegrama de mi representante en Veracruz, en el que me decía que Mme. D’Escozas había llegado allí, acompañada por M. Fleuron [su amante]. “Ya tenemos”, me dije, “una situación de lo más embarazosa”.
Pronto trascendió que Fleuron había dejado su trabajo en el Folies Bergere y que había abandonado a su suerte a la Sra. Fleuron y a los cuatro jovencitos Fleuron sin proveer nada para ellos. Todo continuó así hasta el debut de mis dos atracciones en la Ciudad de México, Mme. D’Escozas en el Teatro Principal y Cuenca en la plaza de toros. Las dos causaron sensación, especialmente la torera.
Mazzantini, el famoso toreador, estaba entonces en México y todo el país estaba loco con su maravillosa pericia, lo que naturalmente redoblaba el interés creado con la presentación de una mujer en la plaza de toros. Uno de los periódicos decía entusiásticamente que había habido dos conquistas de México, la primera por Cortés, y la segunda por Cuenca. Todos brindaban por ella, la festejaban y la trataban como a una auténtica reina, algo que no contribuyó a la serenidad de la ilusionista, que sentía que su estrella se eclipsaba.
Una tarde, en el café San Carlos, que estaba abarrotado para la cena, Mme. D’Escozas estaba en el centro de un grupo en una mesa, mientras que Cuenca estaba rodeada de admiradores en otra. Empezaron a pasarse cumplidos de muy dudoso gusto de una a otra mesa, hasta que la escena alcanzó su clímax cuando el acompañante español de mi matadora de toros se levantó con una botella de champagne en la mano y le dio un golpe con ella en la cabeza a M. Fleuron.
Siguió una trifulca que fue sofocada con dificultad por unos soldados, que se llevaron arrestado al español. Las autoridades lo deportaron inmediatamente de México y, por un momento, pensé que mis problemas habían terminado, pero enseguida me enteré de que Fleuron y Mme. D’Escozas habían presentado una denuncia contra mí, en la Ciudad de México, demandándome por la única razón de que habían sido atacados por un miembro de una compañía de la que yo era el empresario.
Después, mi abogado en México (ex juez Spelveda (sic), al que conocí en California) me informó de que el objeto de la denuncia era impedir cualquier reclamación que yo pudiese hacer por el dinero que le había adelantado a la ilusionista y que es innecesario decir que nunca me devolvió.
Poco después, Mme. D’Escozas y Fleuron desaparecieron sin cumplir el contrato que habían firmado conmigo y se marcharon a Puebla (México), donde abrieron un local que fue muy frecuentado por los hombres de la ciudad. Años más tarde, Fleuron regresó a París y se convirtió en director general de El Dorado, reanudando además su vida familiar, y fue muy próspero hasta su muerte. Mme. d’Escozas, sin embargo, permaneció en México.
Cuenca rompió su compromiso conmigo en México, consolando su herido corazón como se suele hacer en estos casos, y se marchó a América Central. Lo próximo que supe de ella es que estaba en La Habana sin un céntimo y gravemente enferma con fiebres. Me suplicó que la trajese a Nueva York y que le diese la oportunidad de demostrar cuánto lamentaba su comportamiento en México conmigo, y, al mismo tiempo, ganar suficiente dinero para devolverme la suma considerable de dinero que me debía.
Le envié el dinero necesario para pagar sus deudas en La Habana y hacer el viaje a Nueva York, donde apareció una mujer arrepentida y muy cambiada, pero sin la garra y la frescura que solía tener su baile. Le arreglé un contrato para el verano con Edward E. Rice en el Manhattan Beach, como cantante y bailarina, con la parodia de la corrida de toros, y luego me marché a Europa. Supe que actuó solo una o dos semanas antes de abandonarlo todo una vez más y regresar a La Habana con alguien que había venido a buscarla de esa ciudad. Allí volvió a enfermar y murió.


5 comentarios:

  1. Enhorabuena por volver a publicar.

    Un cordial saludo mientras leo.

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  2. Saludos, América, piano, piano...

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  3. ¡¡¡¡¡Niño macareno!!!!!

    Sólo La Cuenca te ha hecho salir de tu letargo y tu apartamiento.

    Pues... me alegro un motón.
    Un beso

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  4. Yo me alegro de que te alegres, niña.

    Otro beso

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  5. Maravilloso blog, descubrir estos tesoros es algo grande, vale la pena poder leer esas penas, desventuras y al mismo tiempo grandeza del alma.
    Me ha gustado y si me dejan pasare de nuevo a empapar mi alma con este arte flamenco.

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